Los mayores dicen que Quito ya no es lo que era, ya no es la franciscana, la pacífica ciudad de antaño. Todos estamos de acuerdo en que es una hermosa ciudad, con un centro histórico alucinante –el más grande de América–, pero también es víctima de los problemas de hacinamiento «normales» de cualquier metrópoli: la ciudad crece año a año gracias al trabajo de miles de migrantes que llegan desde todo el país, desde todo el mundo.
Lejos de su pasado colonial, Quito parece abrirse a toda clase de expresiones y comportamientos. A medida que se expande el hipercentro, se convierte en el escenario fundamental para todas las manifestaciones culturales, desde exhibiciones de skateboarding –la pista de La Carolina es el skate spot más antiguo de Sudamérica– hasta festivales de música y teatro experimental. Cada plaza, cada calle es testigo de la vehemencia de los quiteños y por donde vamos encontramos afirmaciones de lo ecuatoriano: ferias de comida, artesanías, teatro callejero, música en vivo, etc. La agenda cultural se ha vuelto compleja dada la gran oferta de actividades y cualquier parte de la ciudad es un encuentro con la fuerza mestiza que define la identidad ecuatoriana.
El sur de Quito, que tiene una historia propia de migración y resistencia, se vuelve magnífico escenario para las expresiones más populares. La música lo inunda todo: tecnocumbia, ballenato, heavy metal o hip hop suenan fuerte desde la estación de tren de Chimbacalle hasta el terminal de Quitumbe.
El centro histórico, patrimonio de la humanidad, que estremece por su exuberancia contiene el poderoso sincretismo de la cultura quiteña y desde luego plazas, iglesias y museos son los lugares adecuados para que se desborde el arte. Escenarios históricos para nueva gente, para nuevos tiempos.

Después del centro histórico, hacia el norte, se extiende el antiguo parque de El Ejido, tomado a diario por pintores, músicos y teatreros para placer de los peatones. Cruzando la avenida Patria llegamos entonces a La Zona Rosa: La Mariscal; a lo Largo de la avenida Río Amazonas crece la ciudad y crece la vida nocturna moderna. En este sector se encuentra la mayor oferta de hoteles, bares, restaurantes, clubs, casinos, servicios turísticos de todo tipo y también la mayor variedad de nacionalidades conviviendo con parsimonia. En La Mariscal, nacen y crecen las bandas de rock más importantes del país. Aquí convive la nueva vanguardia cultural con noctámbulos y vividores. Aquí están las pequeñas catedrales de los movimientos de jazz, salsa, punk, electrónica, reggaeton y hip hop. Aquí la gente está de fiesta.
Si nos movemos apenas al oriente llegaremos a Guápulo, un sector colonial absorbido por la ciudad donde la bohemia impregna cada cafetín.
Así, hasta donde la ciudad progresa, se siente la presencia del ciudadano en su lucha diaria y firme contra la pobreza, arropado en sus costumbres, en sus tradiciones y en sus creencias. Porque la identidad crece gracias a una práctica cultural de todos, de las instituciones educativas, medios de comunicación, artistas y artesanos. Pero con la vivencia colectiva en la diversidad, en la historia y en la memoria. Así evoluciona Quito como una nueva ciudad para unos nuevos tiempos.
Por Edgar Castellanos Molina.
Músico, diseñador multimedia. Director artístico del Festival Internacional de Música Independiente Quitofest