El futuro más acá, más acá de Hollywood, más chido, más nuestro, es el resultado de una investigación que reúne, rescata y documenta la filmografía mexicana que entre 1945 y 1980 trató los temas de la ciencia ficción adaptándolos a sus entornos y a su idiosincrasia. Mientras que en la producción norteamericana no hay margen de duda y estas aventuras se desarrollan con la solemnidad mental del conquistador, del que posee la ciencia y ostenta la tecnología, en México, lo que podemos observar es desenfado y diversión, casi un juego de niños, lleno de escenas chuscas, se diría una burla «involuntaria» de las pretensiones de los vecinos del norte; sincretismo paródico que resulta de la irrisoria suposición de que México alguna vez se encuentre a la punta de la tecnología. En El futuro más acá, veremos que en un mismo film pueden conversar un robot y un norteño bien bragado, que las rumberas, en realidad, provienen de otra galaxia y que las naves espaciales también sobrevuelan los canales de Xochimilco.

A lo largo del siglo XX, Hollywood produjo centenares de películas de ciencia ficción. Fantasías futuristas, planetarias, robóticas y alienígenas, dieron lugar para que la industria del make believe fomentara en el imaginario colectivo el culto al progreso, el consumo de la tecnología y la paranoia ante el extranjero. Generación tras generación, las mismas tramas se han ido repitiendo y reformulando según los avances científicos, los dictados de la moda y los cambios políticos. En estos films, lo cotidiano se suspende ante lo inusitado: un extraterrestre hace finalmente contacto o un loco en el Pentágono pulsa el botón que destruirá el planeta. El mañana ha llegado.

Las más increíbles aventuras transcurren dentro de naves espaciales equipadas con todo lo necesario para un picnic intergaláctico. No falta el científico loco y su laboratorio con cerebros en formol, tubos de teletransportación y máquinas de sexo virtual. El héroe, encarnación apolínea del stablishment, lucha por el bien ¿el bien de quién? Y el carácter abyecto de la otredad justifica las pulsiones de destrucción y de dominio de la Civilización Occidental. En estas películas, Estados Unidos siempre resulta el representante, por derecho propio, de la humanidad entera: si los extraterrestres atacan el planeta, empezarán por sus ciudades y nunca por el Distrito Federal o Tegucigalpa, si alguien ha de conquistar el universo serán ellos.

En México, por el contrario, ha primado el compromiso del séptimo arte con la construcción de una identidad nacional apegada a los valores tradicionales: el idílico mundo indígena, la provincia pintoresca, la cantina con sus mariachis y, por supuesto, la nunca bien ponderada Revolución. La proporción es exacta. En la Feria Mundial de Nueva York, 1939, se construyó un Tomorrow Land donde dioramas y autómatas, patrocinados por la General Motors y la Westinhouse, mostraban los nuevos adelantos tecnológicos con el propósito de integrarlos a la vida cotidiana, exaltando el uso de los automóviles y el consumo de los electrodomésticos como condición universal de toda sociedad que se pretenda moderna. Por el contrario, México tuvo una participación marginal; dentro de un pequeño pabellón se exhibieron reproducciones de piezas prehispánicas y se realizaron bailables con coloridos trajes regionales. Ante esta gran oferta de las naciones, México sólo pudo ofrecer su exotismo, en tanto que el progreso, la tecnología y el futuro, se habían convertido en patentes gringos.

Sin embargo ¿quién no guarda en sus recuerdos infantiles alguna imagen insólita del Santo, nuestro gran héroe del ring, librándonos de una conspiración marciana, o de Clavillazo, uno de nuestros cómicos más afamados, conquistando la luna por accidente? ¿Qué pasaría si los extraterrestres aterrizaran en México y no en EE.UU? ¿Cómo enfrentarían los mexicanos a invasores de otros mundos? Un científico mexicano ¿puede ser el inventor de un cohete? ¿Es verosímil que un astronauta mexicano declare, en nombre de su patria, la conquista del territorio selenita? Un boxeador del barrio ¿podría llegar a desactivar una bomba atómica? Como lo demostrrá El futuro más acá, primer festival de cine mexicano de ciencia ficción, los mexicanos podrían ser capaces de cualquier cosa pero vivir sin un taquito, sin frijolitos, eso sí que no…

Es así como, a través de tres elementos clave de la industria: los luchadores, los cómicos y las bellezas, se infiltraron en la cinematografía mexicana las temáticas de la ciencia ficción. Más que un interés real sobre posibles futuros, los realizadores encontraron la manera de recontextualizar los escenarios clásicos como un pretexto para poner en acción a sus personajes favoritos.

Sexys invasoras de curvas pronunciadas, pecaminosos escotes y letal frialdad, llegan a México con un firme objetivo: localizar a los ejemplares más viriles de la tierra y someterlos. No importa que sean rancheros sin jamelgo, luchadores enmascarados o cómicos extravagantes, lo sustancial es que sean machos sementales y logren desempeñar las labores pertinentes de la reproducción. Sin embargo, los mundos sometidos por mujeres tan fascinantes como inteligentes, se hallan carentes del dispositivo universal que transgrede todos los límites: el amor; razón por la cual, a pesar de sus infinitas estrategias de dominio, finalmente serán las alienígenas seductoras quienes terminen sometidas al imperio charro.

Los atletas enmascarados que arriesgaban el físico en las arenas de lucha libre, fueron adquiriendo fama nacional y con ello la posibilidad de ingresar al cine y enfrentar rivales que los hicieran sudar de verdad. Entre las diversas amenazas a la sociedad y a la moral nacional que aparecieron en el celuloide, no podían faltar los científicos locos, los monstruos de laboratorio o de algún planeta lejano, los robots asesinos y por supuesto, hermosas venusinas. Para enfrentarlos, los luchadores, encabezados por Santo y Blue Demon, se volvieron usuarios de la alta tecnología. A pesar de que las películas de luchadores abundan en lo fantástico, pocas pueden ser catalogadas como de ciencia ficción.

Las producciones mexicanas de ciencia ficción contienen un alto grado de inocencia y despreocupación por las tramas, generando así el humor involuntario. La risa es un elemento inevitable de esta ciencia ficción, por lo que no faltaron los comediantes. De hecho, ningún cómico estelar del cine nacional quedó fuera de estas aventuras. Los cómicos comienzan a interesarse por la ciencia a tempranas fechas, Mario Moreno Cantinflas en El supersabio (1948) y Germán Valdés «Tin Tan» en El bello durmiente (Gilberto Martínez Solares, 1952). Pero es a mediados de los 50, cuando descubren los alcances humorísticos de este género y uno tras otro se lanzan a singulares aventuras intergalácticas.

Itala Schmelz, Vania Rojas y Héctor Orozco